Hoy vuelvo por aquí, después de unos cuantos largos días, para llegar a ese rincón del corazón al que tanto me gusta hablarle.

Ya sabes, como la pintura, cuando uno sabe mirarla, para desahogar el poder del alma cuando está herida y dar valor a lo que a veces no valoramos tanto.

Siendo este un lugar tan abrupto, con tantos altibajos como montañas en el mundo existen, y tantas palabras o actos desgarradores que tantas veces damos por insignificantes.

Insignificantes para quienes sienten en un grado más inmóvil, de ese poder o don de afrontar la sensibilidad de otra manera, o los ojos que miran al alma menos atentos.

Quizá y espero que no a muchos, aburrida toda esta parafernalia.

He visto como no se animaba a una amiga desanimada, a un amigo que ya no habla tanto contigo, que ya no tiene esas ganas y esa sonrisa que hacía florecer las flores. He visto como no te has fijado en esos pequeños cambios de la gente, en lo que un abrazo es capaz de curar o un simple mensaje es capaz de darnos fuerzas cuando más te echan de menos.

Se que no es desde la intención de hacer daño, pero duele, el estar, pero que puedan percibir que no estas al mismo tiempo, el que pase un día entero sin sentirte, cuándo solo te necesitaba a mi lado por un momento, un minuto reflejado en tus ojos me valía.

Nos valían tantas cosas que no estaban. Tantos momentos que seguiremos esperando erróneamente.

Sí, lo sabemos, no eres tú quien hace el daño, somos nosotros, aventureros, poetas románticos condenados a esto, valientes que nos lanzamos de cabeza a las aguas más profundas pensándonos que nunca encontraremos piedras en el fondo que nos abran la cabeza.

Seguiremos haciéndolo, hasta que una de esas piedras nos mate, porque mientras, nosotros demos el amor que merecemos, seguiremos arriesgando por si ganamos minutos al tiempo, de los del verso o la vida, ya sabes. El, cada minuto es tuyo, mi prioridad máxima. Creemos así porque sabemos cómo amamos.

Somos de levantarnos temprano y hacerte el desayuno, de irte a buscar al trabajo por que sé que estas cansada, de no verte en dos días y decirte, me paso cinco minutos que me apetece verte, voy yo a tu casa a cuidarte un rato porque tú no tienes tiempo, de hacer eso que hace tanto que no hacemos juntos y sé que te encanta, de verte en mi mente en cualquier situación que te emociona, o de cada cosa que sé que te gusta, querer que sea un regalo. De no resistirnos, de no demostrar tanta fuerza y aguante.

Nunca tendré que convencerte de estas maneras porque son las mías, y me ha costado lo suyo entenderlas. Ni pretenderé jamás, que sea esa tu manera de amar el mundo.

Cada alma es especial a su manera y la reciprocidad se aprende, las ganas y el buen gusto de la sensibilidad no se enseñan, te sale.

Yo estoy aprendiendo un poco también, aunque no me guste tanto, a aceptar cuando os veo sin cuidado, a ser yo misma quien cubra esos huecos, aunque reconozco que hay lugares a los que no llego a rascarme. Y solo se alivian si me olvido de ello.

Si te soy sincera del todo, no quiero olvidarme porque son de esas partes que cuando las cuidamos florecen como esas flores con tu sonrisa. Y lo echo de menos.

Pero no paro de intentar comprenderlo todo, de no poner mis razones como verdad absoluta, por que absoluto no existe nada, más que las matemáticas y sus teoremas.


Hoy he recordado el consejo de una buena amiga, del día que me recordó lo fuerte que somos y como se nos ve desde fuera. Tú no te vas a caer, me dijo. Confiaba ella más en mí que yo misma.


He vuelto para contarte que, aunque parezca que mis ojos pueden llenar de nuevo los mares, he vuelto a coger fuerzas de todas estas batallas que estamos librando, y de todas las veces que casi nos caemos, de reconocer mis inseguridades y de volver a luchar por mi sonrisa en los momentos más difíciles. Y por la tuya, agradecida.


He de decir que seguiré llorando y escribiendo todo lo que el corazón me pida. Sin piedad alguna, sabiendo que los dioses si pudieran leerme me mandarían a los rincones más oscuros, para que ni tu puedas encontrarme.


No tengo miedo ninguno a reconocer que casi me caigo, débil como el cristal más fino del mundo casi me rompo en pedazos. Yo sola, sin ayuda de nadie, yo a mí misma, con mis demonios. Asesinos de todo el poder que tenía, casi me dejan sin nada.


Pero eso aquí no es posible.


Se que hoy en día está muy de moda ocultar las debilidades, demostrar para conservar, demostrar que no somos inseguros, que no tememos de nada. Que no tememos perdernos, que siempre estamos tranquilos. Y no, queridos no es así.


Somos inseguros, tememos perdernos, tememos no gustarnos, aun que deba importarnos una pxxx mxxxxx lo que piensen de nosotros. Nos importa, claro que nos importa. Y nos importa de las personas a las que queremos, porque queremos demostrar que si valemos, que si somos. Que somos suficiente, aunque no debamos. Lo hace. Miéntete si quieres.


Yo ya no lo hago. Hago por cuidarme y por cuidaros.


Tan seguro como a veces queréis que sea el mundo no os gustaría tanto.


Tan independiente y tan yo misma y para mí misma, no sería lo que somos.


Somos del bando de desear a lo grande, de lanzarnos a esas aguas sin pensar en las heridas de no verlo todo tan fácil, y lo siento si te complico la vida.


Damos lo que somos y eso es lo importante.


Lo siento si es duro, pero no es suficiente si no nos sentimos suficiente y no es seguro si no nos sentimos seguros.

Con esto remito que sigo trabajando en ello, que son meros pensamientos que su valor tienen para mí mucho y que a veces, aun importándome demasiado lo que pienses, necesito expresarlos sin tanta sutileza.


Es difícil comprender las líneas de este texto supongo, solo puedo aclararte que en mi corazón no cabe haceros daño y se que en el tuyo tampoco.