Me he parado a mirarme desde fuera, sentada debajo de un árbol a la sombra mientras los rayos del sol atraviesan sus hojas y me dan ligeramente en la parte de atrás de la cabeza.

Agotada, haciendo un poco de análisis, una línea de vida midiendo por etapas el nivel de felicidad en el que me he sentido, y ahora le he sumado cuan poco a poco he ido construyendo unos muros llenos de estrategias y escudos que no servían para tanto.
Una serie de obstáculos que me he puesto a mí misma sustituyendo el modo felicidad por el modo seguridad hasta cuándo no debía. Demasiado interiorizado.

Con la vida tan conseguida siendo tan jóvenes, y lo poco disfrutada que la siento desde esta perspectiva, culpable diría, por haberme hecho tan protectora conmigo, tan por si acaso. Con esa maldita manía de seguir poniendo el mal final por delante antes de que pase. La opción en la que salimos perdiendo. Por ese maldito por si acaso.

Sin vivir disfrutando, con esas dudas por pequeñas que sean. Que yo pensaba que eran necesarias, por qué luego duela menos, por estar preparada.
Por no querer vivir el daño, muero antes de tiempo.

Y nunca he sido de rendirme, pero aquí ya he perdido, ante esto me rindo, y me ha llevado mucho duelo, pero he perdido contra mi misma. Sin querer ganarme en esto, y reconozco que ha ganado la razón al dolor del corazón tan protegido.

Y es que ahora me he visto desde otro lado, la sonrisa no era tan bonita y desde mis ojos seguían cayendo lágrimas, cuando ya lo tengo todo, por el daño que me hicieron yo sigo cubriendo mis espaldas.
Puede que sea verdad que eso ya ha pasado.

Ahora vuelvo, poco a poco, más despacio que antes. Para mirarme con calma y recordarme que si me lo merezco, todo, hasta curar mis heridas y confiar en ese mundo que dices tan bonito. En ti al menos, que has abierto mis ojos.

Cueste lo que cueste, me lo prometo.