
En días de esos complicados, que nos costaban tanto a veces, parecía que con estar nublado ya el día no iba a ser bonito, o en esos demasiado sensibles cuándo no era capaz ni de disfrutar de música tranquila, por tener las emociones demasiado a flor de piel, la subceptibilidad a la que salta o estar demasiado sumergida en toda esa retahíla de dudas que a veces nos invaden la cabeza.
Sin embargo ahora, a sabiendas de que en cuanto me preguntes cómo estoy voy a romper a llorar como la niña que aún a veces pienso que no soy, con los ojitos llenos de vergüenza por ni siquiera saber controlarlo, ahí estás tú, recorriendo mis mejillas, recordándome que cierre las ventanas, cuidando mi emoción como si fuera la tuya. Como si yo fuera lo más preciado o delicado del mundo. Como si contemplarnos tuviera mucho más valor que cualquier otro hecho.
Y es que pasamos a la siguiente página de esta historia, como si nada, sin que me acuerde si quiera de que hoy he dormido sin ti, sin ese tacto suave, el olor a verano en tus sábanas o una de tus camisetas por pijama.
Sin tener demasiada paciencia ni dejar pasar demasiadas horas sin vernos, hemos vuelto a juntarnos como si fuéramos uno, sin tiempo a penas por la mañana, con un café antes de currar y un ratito en el sofá que para cualquier otros hubiera sido tan efímero que no habría valido la pena.
Y es que para nosotros sentirnos cerca es la gloria más bendita de las glorias existentes, impregnando la vida de detalles, que es lo que mejor se te da, un boli y un corazón en el brazo para que no me olvide ni un solo segundo que estás a mi lado donde quiera que estemos.
Es ese no querer irme de tu lado aún que me tenga que ir, y ese volver siempre con solo la ilusión de ver tu sonrisa.
Es cada vez que nos dormimos sin querer y te encuentro mirándome, o ese «te acompaño» por qué no quiero que vuelvas sola o el «súbete porfa que hace frío» por la noche.
Es todo ese tiempo que llevo pidiendo al cosmos ese «más te cuido que te quieros» y ahora tengo las dos cosas.
Todas esas veces que he planeado mi futuro sola y de pura coña tú lo quieres conmigo, tu plan perfecto ha resultado ser el mismo que el mío, sin cambiar ninguna estrategia.
Como caído del cielo y es que puedo decir que me juego el cuello a que esto es lo que llaman destino, sin ni siquiera saber si de verdad está escrito. Por qué estamos escribiéndolo nosotros.
Como el capítulo de una cena improvisada con una cerveza a medias, siendo el plan más sencillos del mundo, para nosotros se convierta en la más sincera de las conversaciones posibles. Abriendo no solo el corazón sino el alma, volviéndonos a tirar a la piscina con los sentimientos en la mano y que Dios si quiere nos salve.
Algo de manía va a cogernos, siendo dos seres tan sumamente felices siendo tan simples.
Igual no le cuadra.
Ese conmigo si puedes y ese juntos no necesitamos la suerte.
Suerte la mía de no tener opción más válidas que nuestra apuesta juntos. Un «All In» sin ni una sola duda posible. Sin dejar ni un solo resquicio del pasado que pueda con esto ni una sola opción futura si conyeva que me aleje de esos ojos.
No existe la retirada ni el rendirse, solo la lucha y la fuerza constantes de las ganas tan tremendas que tenemos.
De poder decirte que hoy quiero más besos, aun que me hayas dado millones. De querer que me recuerdes todo lo que nos gustamos aún que esté más que cerciorado en la teoría y la práctica, como si de un estudio científico del MIT se tratara. Y es que siento una admiración absoluta por la coerencia y la lógica de tu mente maravillosa, tan bonita y tan grande como mi lugar ahora más favorito del mundo.
Mi hogar que quiero hacer infinito, el «tú y solo tú» más sincero del mundo. Y soñar y escribir tan profundo como cuando me duermo en tu pecho.
Ahora, tranquila, sin prisa, sin ese dolor que asustaba tanto y seguíamos aguantando. Se ha ido y tú te has quedado.
Solo puedo dar las gracias por qué me haya cambiado la perspectiva total de la vida y por ahora poder escribir textos bonitos, sin forzarnos nada, por hacer que me sienta tan única como el Salvator Mundi de Da Vinci, con la gran diferencia de que esto que somos juntos no se paga ni con todos los millones del mundo.
Ya no necesitamos ni que el sol salga a saludar por las mañanas, por qué esa luz somos nosotros.