
Y se que parece poco creíble de verdad que esto me encante, esto que parece tan «duro» es nuestra vida y nuestros sueños. Porque son infinitas las posibilidades dentro de esta profesión y esta nuestra pasión.
Puedes inventar cosas nuevas que nadie ha visto antes, ser pioneros en algo, reinventar y actualizar todo lo que ya existe, descubrir y enseñar tesoros rescatados de antiguas bodegas, o cubiertos de oro de hace 200 años. Desde descubrir granjas de café de especialidad, hasta formar alumnos que serán grandes profesionales con buenas prácticas y pasión por lo que hacen.
Aplicarse con pasión no es lo mismo que solo aplicarse.
Esto me hace feliz, porque sigo luchando por todo lo que quiero y aunque nos consuma el tiempo a veces es en un oficio que hemos elegido y que me encanta.
No hay un restaurante igual que otro, ni un jefe igual que otro, ni un cliente igual que otro. Como todo en la vida, variedad!
Igual que las emociones, inagotables. Las risas, las personas que conoces, ver cómo se le ilumina la cara a un cliente cuando le cuentas los mil y un detalles de cada cosa que te pregunta u otro que quiere que no te enrrolles más.. darte cuenta que desarrollas unas habilidades de verdad maravillosas, percibir qué tipo de cliente es cada uno, cada servicio es una misión, con un montón de pruebas que superar y a la vez mantener una actitud acordé a cada situación, siempre siempre desde la calma, con el único objetivo es que salgas de la experiencia más feliz de lo que entraste.
Solo quería demostrar que a veces las cosas que más cuestan. Y nunca dejan de costarnos, son las cosas que más nos gustan.
Detalles como que ahora en el restaurante donde trabajo tengo la oportunidad de trabajar con el Ferrari de las cafeteras, la «Modbar de La Marzocco», no voy a entrar en detalles por qué me tiraría aquí tres horas, pero vamos, que es un pepino si de un coche se tratara y estoy enamorada de ella. Y del café.
Y enamorada también de los proyectos tan bonitos como en el que estamos ahora.
«Desde 1911»
Un emplatado y un des-cloche para ocho personas, ocho camareros orgullosos, sonriendo, levantado al mismo compás las campanas de los platos de cobre, la alineación perfecta de los cubiertos antes de empezar un servicio o que la servilleta este perfectamente planchada. Pulir esa maravillosa cafetera o el degüelle de una botella de vino de hace 40años con las tenazas al rojo vivo y la misma emoción cada vez que tiro un café en esas tacitas de porcelana Raynaud, o ser los primeros en trabajar con la primera prensa para pescados, emulsionado en sala a vista del cliente, o flameando carabineros con las llamas prendidas igual que nuestras ganas.
Eso es valor.
Acompañar a cada cliente a sentarse, retirar la silla o incluso hacer una reverencia con amor y respeto agradeciendo sin decir nada que estén ahí, que se dejen cuidar y disfruten del servicio que queremos ofrecerles. Por qué amamos nuestra profesión y cada detalle de este trabajo, aún que penséis que es de los más duros del mundo, que probable lo es, es pura pasión y aprendizaje continuo.
Vocación por servir. Y una sola pregunta al final de cada servicio.
Se han ido contentos? Si es que sí, el trabajo está bien hecho.
No nos dedicaríamos a esto si no amáramos lo que hacemos.