Conectar desde el corazón no es fácil, ni siquiera puede preverse, ni explicarse a penas.

Una sintonía inexplicable como si magia fuera, tan difícil de entender como cuando un hombre pudo apreciar el magnetismo de los imanes, o la primera vez que alguien vio un rayo caer sobre la tierra. Sin tener ni p… idea de que se trataba.


Definitivamente hemos encontrado algo tan nuevo y tan único como cualquiera de esas primeras veces históricas. Un lugar en el que los detalles sí cuentan y marcan tal diferencia que seguimos así de asombrados.


En el que cuando las cosas se tuercen nos recordamos lo que de verdad importa y buscamos esa otra ruta saliéndose de la trayectoria prevista. Sin buscarle las vueltas, sin darle esa importancia, por qué ya no nos molesta lo que pase. Los imprevistos se han convertido en nuevos planes, en cenas un viernes noche con el que no contábamos.


Hemos decidido quedarnos, en este lugar que es un -nosotros juntos-. Entre todos esos millones de opciones tan variables. La nuestra es una excepción que confirma todas las reglas del juego en una realidad tan inexacta.


Estamos descubriendo juntos todos esos rincones de nosotros mismos que no conocíamos o no nos atrevemos a reconocer con nadie. Sincerándonos como nunca lo habíamos hecho y sintiendo como jamás nos habíamos pensado que podíamos sentir.


Ser de ser, de ser de verdad. De perder la noción del tiempo, la noción de todo lo externo, todo lo que no sea juntar la frente y poder ver los pensamientos del otro sin decirnos nada y un sí, siempre, sin dudarlo.


Seguimos eligiendo las tierras porque el camino es demasiado largo, pero no hay prisa. Incluso mejor que todo tarde un poco en llegarnos, más tiempo viviendo este objetivo que no es otro más que el camino juntos. Diseñando el reino y los planes de fuga, armados hasta la médula, por si acaso. Protegiendo nuestras vidas y guardando nuestras fotos bajo esos números que solo tú conoces. Sabiendo que puedes con todo. Sabiendo que contigo todo es seguro.


Jamás había conocido nada parecido a la paz absoluta que se siente durmiendo en tu ombligo, con la cara que sea, con los pelos de loca continuamente y esos ojos verdes que cuando me miran son negros por qué son todo pupilas. Y tú, un puro animal salvaje que me envuelve como si en ello le fuera la vida. Con esa sensación de no querer soltarme nunca.


Esa fuerza sobrenatural cuándo juntamos dos seres en uno, sin prisa ninguna, volviendo a perder la noción del tiempo.


Despejando tales enigmas internos que no entendíamos antes y nublaban lo que ahora estamos siendo, que parecen tan difíciles y tan raros al mismo tiempo que hasta a nosotros nos sorprende superarlos, una variable tan constante como una sucesión de términos matemáticos que ni siquiera entendemos. Y lo mejor que no importa, por que, sin entenderlo, entendemos todo, vuelvo a decir, solo con mirarnos.


He firmado con el cosmos quedarme en tus brazos y ya no me importa nada porque tengo claro que no vas a marcharte, y si lo haces, va a ser un “irnos juntos”.


Ya no concibo la vida de antes. Y digo a todos los dioses que no son nada a nuestro lado, que nos castiguen si es pecado lo que hacemos, si no lo entiende nadie. Que nos destierren y nos dejen sin nada, que se mueran de ver tanto cariño o de los besos que nos damos.


Como si de empapar los océanos se tratara, entre sábanas risas y calma.


Ni el mismísimo monte Olimpo se parece a estos cimientos tan robustos, ni la luz que iluminaba a la gran Atenea en esas guerras que hacía librar a los hombres más bravos, puede parecerse a la fuerza que emanamos cuando estamos juntos.


Ni siquiera es Eros el responsable, por qué nos hemos salido de absolutos todos los dogmas, desde las más antiguas veneradas leyendas hasta las moderneces de no poder decirnos te quiero, o voy a cuidarte y buscarte, aunque dependa mi vida de ello.


No necesito demostrarlo, porque tú me has demostrado que no necesitas que te convenza de nada.

Y sí, te quiero. Como nunca lo he hecho antes.